
... Que vergüenza sintió después, sumido en unos remordimientos que se mezclaban con chispazos de dicha, la conciencia de haber franqueado los limites de aquella cárcel y alcanzado una libertad que siempre deseo, en secreto, sin haberse atrevido nunca a buscarla, se prometió a si mismo, por su honor, por su religión, que aquello no se repetiría, sabiendo muy bien que se mentía, que , ahora que había probado el fruto prohibido, sintiendo como todo su ser se convertía en un vértigo y una antorcha, ya no podía evitar q aquello se repitiera.

La experiencia había aguzado en el esa intuición que le permitía conocer muy rápido, por indicios imperceptibles para cualquier otro – un esbozo de sonrisa, un brillo en los ojos, un movimiento invitador de la mano o el cuerpo-. Con el dolor del alma, sintió como el joven tan bello era completamente indiferente a los fortuitos mensajes que le enviaba con los ojos...
<< Fragmento: Mario Vargas Llosa: El sueño del celta .>>
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